Con el motivo de
la presentación del librο de Yannis Ritsos, Epitafios
(en griego: Επιτάφιος του Γιάννη Ρίτσου) en Valencia,
el 24 de abril de 2013, pero también a causa de la celebración del 1 de mayo,
quizas es oportuno a recordar cuál es la historia de esta obra poética que
tiene un gran valor tanto literario como político.
1 de mayo de 1936: Los obreros de
Tesalónica están en huelga. Lo mismo pasa con los obreros de tabaco en Kavala.
Trabajadores de otros sectores los apoyan. Toda esta situación se intensifica con
la lucha de las huelgas que había comenzado desde marzo del mismo año. Cada día
durante los primeros días de mayo las calles están llenan de huelguistas. El 8
de mayo la policía pone ametralladoras en todas partes y el día siguente empieza
a disparar el pueblo que estaba desarmado. Tasos Tousis es el primer muerto.
Compañeros suyos rompen una puerta y tratan de trasladar con ella su cadáver,
pero un tanque les para. Este día, mueren nueve obreros más, entre ellos una
mujer. Hay cientos de heridos. La madre de Tasos Tousis, entre toda esta
situación, busca a sus hijas que son obreras. De repente , delante de ella
aparece su hijo muerto. Se cae al suelo, al lado de su hijo. Se rompe en
llanto. Un fotógrafo captura este imagen. El domingo, 10 de mayo, se publica en
la primera página de un periódico, junto con un extenso reportaje titulado La cruel masacre de ayer de los habitantes
de Tesalónica, la foto de la madre que se lamenta.
El poeta Yannis
Ritsos, conmocionado después de haber visto esta foto, no pega un ojo durante casi
dos días enteros y escribe el Epitafio/Dieciocho
cantares de la patria amarga. En esta obra se expresa la combinación de la
vida, de la alegría, de la felicidad por la existencia humana por una parte y
del lamento por su pérdida por otra. Este poema empieza con el lamento, lleva a
la tristeza, a la memoria y a los recuerdos. El poeta recuerda los días
felices, las virtudes del hombre, las eternas luchas, el ofrecimiento a la
lucha, las visiones y la filosofía de la vida para demostrar que la muerte no
es el final. A través de la madre dolida, que saca fuerzas para luchar por la
mañana, el poeta imagina la resurrección. Para él, la acción es la única manera
de salir adelante. La pasividad significa estancamiento. En esto consiste el
mensaje optimista que al final expresa el poeta. Elocuentemente se describen
tantas emociones: el dolor, la muerte, el destino, el llanto y al final la
resurrección.
EPITAFIO
Ἐπιτάφιος
1. Hijo, cuerpo de
mi cuerpo, sangre de mi sangre, tuétano de mis tuétanos,
corazón del mío,
gorrión de mi diminuto jardín, florecilla de mi soledad…
¿A dónde voló mi
pequeño? ¿A dónde se ha ido? ¿En qué lugar me ha dejado?
La jaula está vacía
y en la fuente no queda una gota de agua.
2. Mis dedos mecían
hasta el amanecer tus cabellos rizados
Mientras vigilaba
tu sueño.
Tus cejas bien
formadas dibujadas a pincel,
Creaban arcos para
que mi mirada anidara y descansara allí.
Tus ojos rutilantes
reflejaban al amanecer la distancia de los cielos
Y yo procuraba
evitar que una lagrima mía los empañara.
Tus dulces labios
perfumados, cuando hablabas, lograban que las rocas
y los árboles
devastados florecieran, que los ruiseñores cantaran.
3. En un día de
mayo me dejaste, en ese día de mayo te perdí.
En la primavera
amabas tan bien, hijo, cuando subías
Al tejado empapado
de sol y divisabas desde allá,
tus ojos nunca se
saciaban de beber la luz del mundo.
Con tu voz varonil
tan dulce y cálida, volvías a contar
tantas cosas como
guijarros hay en las playas.
Hijo, dijiste que
todas esas maravillas serían nuestras
Pero ahora tu luz
ha muerto, el brillo y las brasas se han apagado.
4. Estrella, mía,
has puesto en tu sombra todo lo que la Creación ha cobijado
Y todo lo que el
sol, esa bola negra de cáñamo, ha recogido bajo su luz.
La muchedumbre pasa
y me oprime, los soldados me pisotean
Pero mi mirada no
titubea y mis ojos jamás te abandonan.
El vaho etéreo de
tu aliento roza mi mejilla
¡Ay! La gran luz de
una boya flota al final del camino.
La palma de una
mano bañada de luz seca mis lagrimas
¡Ay! hijo, tus
palabras se albergan en lo más profundo de mi.
Mira, me levanto,
mis piernas aún me pueden sostener
Una gozosa luz, mi
valiente hijo, me levanta del suelo.
Duerme hijo,
amortajado con banderas,
Voy al encuentro de
tus hermanos, traigo tu voz conmigo.
5. Eras tierno, de
noble temperamento, todas las gracias iban contigo,
Llevabas todas las
caricias del viento, todas las florecillas del silvestres.
De pies ligeros,
pisabas suave como una gacela
nuestro umbral
brillaba como el oro tan pronto lo cruzabas.
Saqué juventud de
tu juventud, y para presumir hasta podía sonreír.
La vejez nunca me
atemorizó y a la muerte la podía desdeñar.
Mas ahora, ¿dónde
me puedo situar?¿Dónde me refugio?
Estoy a la deriva
como árbol marchito en una llanura nevada.
6. Cuando te
parabas frente a la ventana, tu espalda
abarcaba la
entrada, todo el mar, todas las naves de los pescadores.
La casa se inundaba
de tu sombra, inmensa como un arcángel.
Y el brillo del
lucero vespertino titilaba en tu oído.
Nuestra ventana era
el portal hacia el mundo, miraba al Paraíso
donde las estrellas
estaban en flor, mi hijo adorado.
Allí, de pie, en el
atardecer refulgente parecías el timonel del barco,
En tu habitación,
en la cálida penumbra del crepúsculo.
¡Ay! me embarcaste
en la quietud de la Vía Láctea, ahora este buque se va a pique
Su timón se ha roto
y me enrumbo al fondo del mar, a la deriva en mi soledad.
7. Si tuviera la
poción de los inmortales, si sólo la tuviera: una nueva alma para ti
sí despertaras por
un instante, para ver y hablar y deleitarte en medio de tu sueño.
Me pondría al lado
tuyo, adosada a ti, exuberante de vida, calles, balcones y plazas
atestadas de gente
vitoreando, las doncellas recogiendo flores para rociar tus cabellos.
Mis bosques
fragantes colmados de miles de raíces y hojas,
cómo puedo yo, la
malograda, creer que te he perdido?
Hijo, todo se ha
desvanecido, todo me ha abandonado,
no tengo ojos y no
puedo ver, no tengo boca que me permita hablar.
8. Hijo, qué Hado
te ha signado, qué Hado me ha condenado
a sufrir este dolor
lacerante, a padecer este fuego en mi pecho.
Mi dulce joven, no
has desaparecido, vives en mis venas.
Hijo mío, fluye
profundo en todas nuestras venas y permanece vivo para siempre.
(Versión de P. Potdevin)
A todos estos
poemas puso música, en 1958, el famoso compositor griego, Mikis Theodorakis. El
resultado es maravilloso y la aceptación que tenía, y sigue teniendo, este
poema por la gente hizo a Ritsos de decir: «El epitafio ha encontrado a los
hombres simples y ellos correspondieron. Han entendido el poema. Lo han hecho suyo…» («…
ο Επιτάφιος συνάντησε τους απλούς ανθρώπους. Κι εκείνοι του δόθηκαν με τη σειρά
τους. Κατάλαβαν το ποίημα. Το έκαναν δικό τους!»)
Ilektra Baka
La carne de gallina. Muy bonita la entrada, Ilektra, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo con Sandra; la traducción de los epitafios es muy buena. Os recomiendo que los oigáis con la música de Teodorakis, lo encontraréis en youtube.
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