La tumba de
Jim Morrison, cantante y alma del grupo de rock The Doors, se encuentra en el
cementerio de Père Lachaise, en París. Sobre su lápida reza el siguiente lema: Κατὰ
τόν δαίμονα ἐαυτοῦ.
Tal vez a
más de uno pueda sorprenderle que un hippie
prototípico de Florida nacido en el año 1943 tenga su epitafio escrito en
griego antiguo. Sin embargo, a poco que rastreemos descubriremos que esta es
una de las cosas más lógicas que se pueden contar en la historia del cantante,
así como su coherencia con todo el movimiento conocido como rock psicodélico.
Para empezar, Morrison era un fanático de la gran literatura: sabemos que
comenzó siendo poeta y que fue a raíz de un poema suyo que The Doors inició su
andadura. El propio nombre de la banda se debe a un verso de William Blake (“If the doors of perception were
cleansed...”). Pero lo más importante es que el mundo grecolatino tuvo
siempre una importancia especial para los grupos que protagonizaron el movimiento
psicodélico en los años 70. ¿El motivo? Grecia y Roma (especialmente Grecia)
representaban un romanticismo, un culto al pasado irrecuperable que para este
movimiento resultaba fundamental. Un concepto básico para estos grupos era el
de evasión, y de hecho pensaban
que esa era la función principal de la música (y de las drogas con que la
acompañaban). Así, si volvemos a The Doors y repasamos el anecdotario de su
leyenda, recordaremos aquel sonado espectáculo ofrecido en su sala habitual de
conciertos, aquel espectáculo en el que, llegado el momento de las
improvisaciones con el célebre tema (entonces todavía inédito) The End,
Morrison escogió hacer una grotesca interpretación del motivo central del mito
de Edipo:
- Father?
- Yes, son?
- I want to kill you...
Mother? I want to… fuck you!
Y aquel
extraño recuerdo sofocleo quedaría en el futuro como parte de la canción,
aunque la censura sustituyera la malsonante expresión final por un simple
grito.
De
repente todo cobra un nuevo sentido, si seguimos paseándonos por el extraño y
atmosférico mundo de la psicodelia rockera. De pronto aparece Pink Floyd con su
rompedor directo ofrecido a un auditorio vacío: Live at Pompeii, cuyo
espacio no fue otro que el anfiteatro en ruinas de Pompeya. Si nos tomamos un
minuto y nos sumergimos en el archiconocido The Wall, descubriremos un
juicio en el que los gusanos (“the
worms”) roen la cabeza y la cordura del protagonista de una manera muy
similar a las Erinias que atormentan a Orestes.
El
epitafio de Morrison dice “según su propio daimon” (qué endemoniada
palabra para traducir al castellano... espíritu, geniecillo inspirador, demonio
tal vez). No cabe duda de que los psicodélicos quisieron siempre vivir de
acuerdo con su propio daimon. Lejos de la polis, lejos de los
demás, lejos incluso de la realidad: y cerca solo del rock. ¿Por qué? Porque
creían que el rock les hacía conectar con ese daimon que en aquellos
años nadie más parecía recordar ni buscar.
MARINA SOLÍS DE OVANDO
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